Ahora que tenemos una ley educativa recién horneada y ya anda todos los partidos a la “gresca”…, resulta llamativo como durante estos años de alumno y docente, hemos visto (usted lector/a también está incluído/a) una serie de leyes educativas que, más que establecer un régimen jurídico, sirven de acicate político. Seamos sinceros, seguimos más o menos en el mismo punto desde hace años. Creyendo que con una ley, a secas, podríamos llegar a buen puerto. Una ley educativa es la medida más barata y menos eficiente para la mejora del Sistema Educativo, a razón de lo vivido hasta la fecha y sin menospreciar la necesidad de legislar, porque las leyes son necesarias pero ¿con esta cadencia?

Con la llegada de esta ley educativa y con el poco impacto que tendrá en la vida escolar diaria (ya me dirán cómo soluciona los problemas reales del profesorado: ratios, brecha digital, falta de recursos para la inclusión, formación, currículum, etc…) encuentro cierta analogía entre la ley de la palanca de Arquímedes y la situación actual. La ley física pone de manifiesto la relación existente entre varias fuerzas y nos explica la posible transmisión o flujo de movimiento. Al margen de esta explicación somera, lo importante es la referencia a la necesidad de un punto de apoyo o fulcro para que la fuerza aplicada venza a la resistencia. No creo, esto ya es una conjetura, que fuese baladí la expresión conocida por todos/as: “dadme un punto de apoyo y moveré el mundo”, a sabiendas de la importancia de este aspecto para que se produzca dicho movimiento y sin restar importancia al resto de variables. 

Me temo que, a ambos lados, piensan que para vencer la resistencia y generar movimiento, su mejor punto de apoyo es una ley educativa. A la vista está que las siete restantes poco han hecho por mejorar el sistema educativo, si acaso, han embarullado aún más el panorama educativo, complejo en su esencia. Creo que no descubro la pólvora sí afirmo que la Educación es un campo con multitud de variables y donde el contexto es determinante. Con estos ingredientes la receta se torna complicada como para que un centenar de papeles hagan de punto de apoyo milagroso. 

Que nadie piense que estoy en contra de legislar, nada más lejos de la realidad: la Tierra es redonda y yo me pondré la vacuna. Pero creo que la situación del Sistema Educativo requiere otras medidas más eficaces, quizás algo más caras, pero no olvidemos que la “empresa” no es cualquier cosa, estamos hablando del futuro de una región, de un país, de la Humanidad. 

La OCDE ha manifestado en varias ocasiones la importancia del liderazgo escolar como herramienta para la mejora de la Educación, de hecho, “la evidencia muestra como el liderazgo es la segunda variable más relevante para la mejora educativa” (Pont, 2019). Así pues, en momentos como el actual, con un discurso educativo tan polarizado y con la falta de consenso sobre una medida, que realmente no va a ser efectiva, me surge una reflexión: ¿no podría ser el equipo directivo ese punto de apoyo que moviera el Sistema Educativo?

Para ello, humildemente, deberíamos pensar en lo urgente, en lo necesario y en lo apropiado. A corto plazo, es urgente actuar sobre la ingente carga burocrática de los equipos directivos, que pasan más tiempo “rellenando papeles” que articulando medidas de corte pedagógico. Murillo y Hernández-Castilla (2015) concluyen en un estudio sobre la incidencia de las tareas de los directores y directoras en el aprendizaje del alumnado que “los directores con un estilo Pedagógico tienen una incidencia positiva sobre el rendimiento de los estudiantes”. De hecho, observaron que “los directivos de centros más grandes dedican menos tiempo a tareas relacionadas con el currículo y más con reuniones”. Quizás esa figura del administrativo/a en los centros debería repensarse…

A medio plazo, es necesario mejorar la formación de los equipos directivos pero hacia una perspectiva más pedagógica y centrada en la mejora de los aprendizaje del alumnado. “Hasta qué punto la formación que reciben los líderes escolares les permite ejercer las tareas de liderazgo para el aprendizaje”, se cuestiona una profesora/investigadora en el campo de liderazgo pedagógico (Moral, 2018). De hecho, si los propios requisitos para optar a un puesto directivo no exige ese conocimiento pedagógico, ¿qué podemos esperar? 

A largo plazo, la cuestión es clara, las políticas educativas deben cambiar y partir del trabajo técnico y profesional de docentes en ejercicio. Y, no es sólo una cuestión de consenso (necesario), sino dejar de lado el mercadeo político en las cuestiones educativas. Debemos encaminarnos hacia una toma de decisiones “abajo-arriba” donde el protagonismo lo tomen los profesionales de la Educación (los que pisan las aulas). Esta propuesta nos conduciría hacia una mayor autonomía de los centros educativos, “no para hacer la guerra por su cuenta” sino para responder más eficientemente a las necesidades del propio centro educativo. 

En este debate, el de la política educativa, Weinstein (2014) reflexionaba sobre la importancia de la reciprocidad entre las políticas educativas y la rendición de cuentas, “si yo te pido tal cosa, yo te tengo que dar los medios para hacer tal cosa”. Pedir liderazgo educativo y no permitir autonomía para llevarlo a cabo o no establecer un espacio apropiado, suena como poco a incongruente. 

Concluyendo, otra ley educativa… y ya van 8.